James G. Ballard, el niño que avistó la bomba H

IN MEMORIAM

EDUARDO CAHMORRO

Ballard visitó el rodaje de la película («El Imperio del Sol») en Shanghai y una tarde, rumiando incertidumbre y memoria en el porche de lo que fuera su casa casi solariega, dio con un chaval puesto en su ropa de infancia: «Señor Ballard, yo soy usted».
Nunca hubo para aquel niño otra cosa que aquel chaval al otro lado de la bomba y de la vida, salvo una especie de escala de Jacob en cuyos sueños ajustó cuentas con visiones y fantasmas. Escribió mucho antes y después de «El Imperio del Sol», introdujo en la ciencia- ficción planteamientos y emociones no demasiado habituales, y forzó los escenarios acostumbrados del género con varias combinaciones de una metafísica mezclada de poemas y costumbres.
Toda su obra, incluidas performances extravagantes, estrepitosas y lúcidas, persigue el perfil de una elegía por una civilización dispuesta en agujero negro al cabo de su esplendor, y husmea el rastro trazado en cualquier playa por la esperanza en un nuevo tipo de mujer, en una promesa de Renacimiento y renovada Ensoñación.

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